*Reseña* Mala Junta de Claudia Huaiquimilla

Mala Junta es una película chilena estrenada el año 2016, escrita y dirigida por la cineasta Claudia Huaiquimilla, siendo este su primer largometraje. Una ópera prima notable dentro de una industria nacional que se pelea constantemente por encontrar una identidad propia. La directora sitúa la historia en el contexto del conflicto mapuche en el sur del país, lo que enriquece mucho el contenido de la cinta, pero no se trata netamente de eso. Conforma una de las muchas capas de una compleja película que trata sobre la búsqueda de la identidad y pertenencia, por parte de personajes desolados, marginados por su entorno y una sociedad que les ha hecho la vista gorda.

Al comenzar, se nos presenta a Tano, interpretado formidablemente por Andrew Bargsted. Este joven rebelde de la capital es atrapado robando una bomba de bencina, uno de los cuantos conflictos que lleva en su historial. Como castigo, es enviado a vivir con su padre a un pequeño pueblo en la Región de Los Ríos, como un intento de rehabilitación y control judicial. De no mejorar, será enviado al SENAME. En este entorno rural y ajeno, conoce a Cheo, un tímido joven de origen mapuche, interpretado poderosamente por Eliseo Fernández. Este, además de sufrir bullying en el colegio, lucha con las tensiones sociales de la comunidad en la zona. Ambos entablan una amistad aparentemente superficial, pero muy genuina, a la par que luchan contra sus propios problemas personales dentro de un panorama que, si bien no es ajeno, va mucho más allá de su control.

Existe un paralelismo muy interesante entre la trama de Tano con sus padres y el conflicto mapuche con las autoridades y el gobierno del país. A primera vista, parece que no hay un nexo tan significativo, pero se teje con una coherencia interna que construye un poderoso simbolismo. Tano es un adolescente abandonado, marcado por la ausencia de padres que no supieron, o no quisieron hacerse cargo de él. Tiene una herida abierta respecto a su figura paternal, la de verse como un problema, como una carga, como un cacho que nadie quiere asumir. Hay una escena en la que Tano ebrio pelea con su padre, donde le dice: “Llegai, decís lo que querís y después le echai la culpa al pendejo culiao”. Esto es muy potente y cierto, ya que el mal actuar de Tano es producto del entorno hostil en el que ha crecido, donde además se espera que mejore por él solo, cuando es un joven a quien nadie le ha ofrecido una guía para esto.

Algo similar ocurre en la relación de la autoridad estatal y el pueblo mapuche, donde históricamente no se ha ofrecido diálogo ni compañía, sino que imposición, estigmatización y discriminación. Se han despojado territorios, sistemáticamente se han invisibilizado, estereotipado o criminalizado por medios y políticas, ya que el camino fácil es esquivar la vista y culpabilizar. La falta de respuesta y abusos de poder causan violencia como respuesta, lo que siempre tiene un fatal desenlace. La película no es tanto una acusación ante estos problemas, sino más bien un retrato de la situación que le dice al espectador: Esto ocurre, piensa respecto a ello. Se trabaja muy bien esta segunda capa, que va de menos a más, primero mostrando las plantas de celulosa y la deforestación, para que luego el gran estallido de la situación repercuta fuertemente en el destino de los protagonistas.

Volviendo a los personajes, esta película desarrolla mucho el conflicto interno y esto se logra a través de grandes actuaciones de los protagonistas. Bargsted como Tano logra muy bien esta esencia de, como se dice en buen chileno, hacerse el choro, mientras de ocultar que en el fondo es el personaje más dañado. La rabia siempre nace de la pena. Es un personaje al que la vida ha forzado a esconder sus emociones, por lo que, si bien a simple vista no se puede ver, sentimos la vulnerabilidad a través de sus ojos. Por su parte, Eliseo Fernández encapsula un personaje reprimido, pasivo, que oculta mayores emociones, pero a su vez se muestra curioso y resistente a lo que le ocurre. Lidia con la discriminación por su origen y poco a poco, gracias a la influencia de esta “Mala Junta” se va revelando contra su entorno. Esta relación improbable termina siendo muy cercana y es el corazón de la película.

Otro logro de la cinta es la autenticidad de la que goza. Se siente sumamente chilena, se sitúa firmemente en lo local, en el cotidiano del chileno que, desde su particularidad, se vuelve algo muy reconocible y universal. Ya sea desde el lenguaje, la naturalidad con la que se desenvuelven los personajes o los espacios del sur del país que además son parte integral del universo simbólico de la película. Acorde a la situación país de regiones como La Araucanía o Los Ríos, la atmósfera es deprimente, angustiante, y aunque hay varios momentos que genuinamente nos hacen gracia, porque el chileno sabe sonreír al mal tiempo, es poca la luz del sol que sale en el panorama global. El clima es gris, la resignación predomina, esa impotencia de que el esfuerzo por luchar, por salir adelante, siempre termina igual. La cámara en su mayoría es fija, aunque inestable en momentos donde los personajes sufren en silencio. Los espacios se repiten, porque aparentemente no hay salida.

En definitiva, Mala Junta es una clase maestra de cómo aprovechar los recursos que el cine como lenguaje pone a disposición para contar algo más que una historia. Se siente honesta consigo misma, retrata una situación dura de forma concreta y acertada, que te conmueve sin rodeos ni manipulaciones. Esto es así, piensa respecto a ello. Al terminar de verla, tiene un impacto muy poderoso que se da sin necesidad de forzarlo. Además, es destacable como una película que trata sobre la busca de la identidad y pertenencia, tanto de jóvenes como de pueblos originarios socialmente marginados, expone una identidad propia poco desarrollada en la industria fílmica nacional. Ojalá sirva de ejemplo para abrazarla con respeto y orgullo.


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